2666–Notes on La Parte de los Críticos

(I’m fulfilling last year’s New Resolution, which was to read 2666. I’ve managed—consciously—to insulate myself pretty thoroughly from any critical commentary on Bolaño, so I know nothing of what happens in the book. At this point, I’m on p. 384, halfway through the third part, and realizing that there’s no way to hold this entire beast in my head. I’m going back and taking notes on the parts I’ve underlined, just so I have a point of reference when I try to make sense of things later. Doing it, too, because other friends are reading it concurrently, so I figured it might be useful to make some of the thinking (or flailing) visible.

That’s a long way of saying that no one should actually read this–it’s just quotes, with very slight noticings on my part, as I try to lay down breadcrumbs for later. But I’m posting it here in case anyone else is navigating similar waters and feels like rowing in company. I could use some other points of view.

As of right now, my notes only cover the first part up through p. 165, halfway through Amalfitano’s major speech.)

“El texto del serbio se le parecía mucho. El personaje rastreado, en este caso, no era Sade sino Archimboldi, y su artículo que partía de Alemania … y terminaba en una agencia de viajes en Palermo, en donde Archimboldi al parecer había comprado un billete de avión con destino a Marruecos. un anciano alemán, decía el serbio. Las palabras anciano y alemán utilizadas indistintamente como varitas mágicas para develar un secreto y al mismo tiempo como ejemplo de literatura crítica ultraconcreta, una literatura no especulativa, sin ideas, sin afirmaciones ni negaciones, sin dudas, sin pretensiones de guía, ni a favor ni en contra, sólo un ojo que busca los elementos tangibles y no los juega sino que los expone fríamente, arqueología del facsímil y por lo mismo arqueología de la fotocopiadora.” –p. 79

Imagining people in unknowable situations, but with a plethora of detail:

“Llegados a este punto es necesario aclarar algo para el buen (o mal) entendimiento del texto. Es verdad que hubo una reserva a nombre de Benno von Archimboldi. Sin embargo esa reserva no llegó a concretarse y a la hora de salida no apareció ningún Benno von Archimboldi en el aeropuerto. Para el serbio la cuestión estaba más clara que el agua. En efecto, Archimboldi hizo personalmente una reserva. Lo podemos imaginar en su hotel, probablemente alterado por algo, tal vez borracho, incluso puede que medio dormido, en la hora abismal y no carente de cierto aroma nauseabundo en que se toman las decisiones trascendentales, hablando con la chica de Alitalia y dando por error su nom de plume en lugar de hacer la reserva con el nombre con el que figuraba en su pasaporte, un error que luego, al día siguiente, enmendaría yendo personalmente a la oficina aérea y comprando un billete con su propio nombre.” –p. 80

(Whatever happened to Pritchard?)

After Pelletier and Espinoza tell Morini about their shared interest in Liz, and the threat of Pritchard, and Morini comments, laconically, that they should have started by asking Liz whether she loved or was attracted to Pritchard, this Faulknerian sentence takes place, lambasting the young hungry critics at the conference they attend. It’s a parenthetical that only becomes possible in the context of Pelletier and Espinoza’s distraction—their absorption in the love triangle that mitigates their appetite for all things Archimboldi. To put it another way, it’s a condemnation of obsession—or obsession of a particular and faux-revolutionary kind—in a novel about obsession:

“(Y llegados a este punto hay que decir que es cierto el refrán que dice: cría fama y échate a dormir, pues la participación, ya no digamos el aporte, de Espinoza y Pelletier al encuentro “La obra de Benno von Archimboldi como espejo del siglo XX” fue en el mejor de los casos nula, en el peor catatónica, como se de pronto estuvieran desgastados o ausentes, envejecidos de forma prematura o bajo los efectos de un shock, algo que no pasó inadvertido para algunos de los asistentes acostumbrados a la energía que el espanol y el francés solían desplegar, a veces incluso sin miramientos, en este tipo de eventos, ni tampoco pasó inadvertida para la camada última de archimboldianos, chicos y chicas recién salidos de la universidad, chicos y chicas con un doctorado todavía caliente bajo el brazo y que pretendían, sin para mientes en los medios, imponer su particular lectura de Archimboldi, como misioneros dispuestos a imponer la fe en Dios aunque para ello fuera menester pactar con el diablo [OUCH], gente en general, digamos, racionalista, no en el sentido filosófico sino en el sentido literal de la palabra, que suele ser peyorativo, a quienes no les interesaba tanto la literatura como la crítica literaria, el único campo según ellos—o según algunos de ellos—en donde todavía era posible la revolución, y que de alguna manera se comportaban no como jóvenes sino como nuevos jóvenes, en la misma medida en que hay ricos y nuevos ricos, gente en general, repitámoslo, lúcida, aunque a menudo negada para hacer la O con un palito, y quienes, aunque advirtieron un estar y no estar, una presencia ausencia en el paso fugaz de Pelletier y Espinoza por Bolonia, fueron incapaces de apercibirse de lo que verdaderamente importaba: su absoluto aburrimiento por todo lo que se decía allí sobre Archimboldi, su forma de exponerse a las miradas ajenas, similar, en su falta de astucia, a los andares de las víctimas de los caníbales, que ellos, caníbales entusiastas y siempre hambrientos, no vieron, sus rostros de treintaneros abotargados por el éxito, sus visajes que iban desde el hastío hasta la locura, sus balbuceos en clave que sólo decían una palabra: quiéreme, o tal vez una palabra y una frase: quiéreme, déjame quererte, pero que nadie, evidentemente, entendía.) –p. 100.

The scene with the shoe colors—the meeting between Morini and the artist Johns, preceding the moment when Johns leans over and whispers the secret of why he cut off his hand to Morini:

“El italiano y el inglés estaban ahora rodeados de penumbra. La enfermera hizo el gesto de levantarse para encender las luces, pero Pelletier se llevó un dedo a los labios y no la dejó. La enfermera volvió a sentarse. Los zapatos de la enfermera eran blancos. Los zapatos de Pelletier y Espinoza eran negros. Los zapatos de Morini eran marrones. Los zapatos de Johns eran blancos y estaban hechos para correr grandes distancias, ya fuera en el pavimento de las calles de una ciudad como a campo través. Eso fue lo último que vio Pelletier, el color de los zapatos y su forma y su quietud, antes de que la noche los sumergiera en la nada fría de los Alpes.” — p. 125

A moment when critiquing criticism evolves into critiquing comedy–Morini gives Liz Norton the book on Brunelleschi, then ranks the interpretations:

“El mejor es el francés–dijo–. El que menos me gusta es el americano. Demasiado aparatoso. Con demasiadas ganas de descubrir a Brunelleschi. De ser Brunelleschi. El alemán no está mal, pero el mejor, creo, es el francés, ya me dirás tú qué opinas.”

Then the comedy:

“Morini tenía dos entradas, que había comprado en el hotel, y vieron una comedia mala, vulgar, que los hizo reír, a Norton más que a Morini, quien perdía el sentido de algunas frases dichas en argot londoniense.”

This segues into another moment where a character imagines another one in an alternate reality:

“Esa noche cenaron juntos y cuando Norton quiso saber qué había hecho Morini durante el día éste le confesó que visitar Kensington Gardens y los Jardines Italianos de Hyde Park y pasear sin rumbo fijo, aunque Norton, sin saber por qué, más bien se lo imaginó quieto en el parque, a veces estirando el cuello para divisar algo que se le escapaba, las más de las veces con los ojos cerrados, fingiendo dormir.”

Back to the criticism of the comedy–and the obsession with the quotidian conversation, where what matters isn’t the conversation itself, or the fact that it happened, but the paraphrase, the acknowledgment that one day, a conversation about a bad comedy was had:

“Mientras cenaban Norton le explicó las cosas que no había entendido de la comedia. Sólo entonces Morini se dio cuenta de que la comedia era más mala de lo que creía. Su aprecio por el trabajo de los actores, sin embargo, subió mucho y de vuelta en us hotel, meintras se desnudaba parcialmente, sin bajar aún de la silla de ruedas, delante del televisor apagado que lo reflejaba a él y la habitación como figuras espectrales de una obra de teatro que la prudencia y el miedo aconsejaban no montar jamás, concluyó que tampoco la comedia era tan mala, que había estado bien, él también se había reído, los actores eran buenos, las butacas cómodas, el precio de las entradas no excesivamente caro.” — p. 131

Two things struck me about that passage: 1) Morini’s experience of hotel mirrors seems to foreshadow Liz’s experience of the two mirrors in her hotel room in Santa Teresa. The content of the mirrors is spectral. 2) Real weight is given to Morini’s subjective impressions of the movie, ranging from his partial incomprehension in the theater, to his subsequent disappointment that it was worse than he thought, to his increased admiration for the acting, to his final verdict, alone in the hotel room, that the comedy wasn’t really that bad. That final verdict is arrived at due to considerations that leave Liz out entirely, and focus on the price of admission, the comfort of the seats, etc.

Then, the frustrated ghost of the gallery owner’s grandmother:

“La he visto, dijo el propietario de la galería, al principio sólo ruidos desconocidos, como de agua y de burbujas de agua. Unos ruidos que nunca antes había escuchado en esta casa, si bien, al subdividirla para vender los pisos y, por lo tanto, al instalar nuevos servicios sanitarios, alguna razón lógica tal ve explicara los ruidos, aunque él nunca antes los hubiero oído. Pero después de los ruidos vinieron los gemidos, unos ayes que no eran precisamente de dolor sino más bien de extraneza y frustración, como si el fantasma de su abuela recorriera su antigua casa y no la reconociera, reconvertida como estaba en varias casas más pequenas, con paredes que ella no recordaba y muebles modernos que a ella le debían de parecer vulgares y espejos donde nunca antes hubo ningún espejo.” — p. 133

And here again, we slip into a character’s imagined experience, again into the spectral figure, and again into unsettling mirrors.

The next episode–the sighting of Archimboldi reported by Almendro (a.k.a El Cerdo) to Alatorre, who in turn narrates it to the three critics–is another instance of impossibly imagined experience that focuses, yet again, on the quotidian. Like traffic:

“…había recibido una llamada telefónica a medianoche. El Cerdo, tras hablar un momento en alemán, se vistió y salió en su coche rumbo a un hotel cercano al aeropuerto de Ciudad de México. [Here is where the retelling becomes improbable, since it’s virtually impossible to imagine Almendro telling Alatorre his thoughts regarding the lack of traffic. In other words, it’s precisely the quotidian that transforms this into the imaginary. The narrating of entirely normal and unremarkable things–the presence of a receptionist in a hotel lobby, the fact that one police officer leaned against the wall—makes this narrative wholly and entirely implausible.] Pese a que no había mucho tráfico a esa hora, llegó al hotel pasada la una de la manana. En el lobby del hotel encontró a una recepcionista y a un policía. El Cerdo sacó su identificación como alto funcionario del gobierno y luego subió con el policía a una habitación del tercer piso. Allí había dos policías más y un viejo alemán que estaba sentado en la cama, despeinado, vestido con una camiseta gris y pantalones vaqueros, descalzo, como si la llegada de la policía lo hubiera sorprendido durmiendo. Evidentemente el alemán, pensó el Cerdo, dormía vestido. Uno de los policías estaba mirando la tele. El otro fumaba reclinado en la pared….“– p. 136

Hotel rooms become mirrors in their own right–horrible depressing mirrors that neither distort nor reflect.

The Three Critics’ Dreams–two of which end in physical reactions, while Liz’s ends with obsessive note-taking:

Pelletier:

“Aquella noche los tres críticos se fueron a acostar relativamente temprano. Pelletier sonó con su taza de bano. Un ruido apagado lo despertaba y él se levantaba desnudo y veía por debajo de la puerta que alguien había encendido la luz del bano. Al principio pensaba que era Norton, incluso Espinoza, pero al acercarse ya sabía que no podía ser ninguno de los dos. Al abrir la puerta el bano estaba vacío. En el suelo veía grandes manchas de sangre. La banera y la cortina de la banera exhibían costras no del todo endurecidas de una materia que al principio Pelletier creía que era barro o vómito, pero que no tardaba en descubrir que era mierda. El asco que le producía la mierda era mucho mayor que el miedo que le producía la sangre. A la primera arcada despertó.”

Espinoza’s dream:

“Espinoza sono con el cuadro del desierto. En el sueno Espinoza se erguía hasta quedar sentado en la cama y desde allí, como si viera la tele en una pantalla de más de un metro y medio por un metro y medio, podía contemplar el desierto estático y luminoso, de un amarillo solar que hacía dano en los ojos, y a las figuras montadas a caballo, cuyos movimientos, los de los jinetes y los de los caballos, eran apenas perceptibles, como si habitaran en un mundo diferente del nuestro, en donde la velocidad era distinta, una velocidad que para Espinoza era lentitud, aunque él sabía que gracias a esa lentitud, quienquiera que fuera el observador del cuadro no se volvía loco.  Y luego estaban las voces. Espinoza las escuchó. Voces apenas audibles, al principio sólo fonemas, cortos gemidos lanzados como meteoritos sobre el desierto y sobre el espacio armado de la habitación del hotel y del sueno. Algunas palabras sueltas sí que fue capaz de reconocerlas. Rapidez, premura, velocidad, ligereza. Las palabras se abrían paso a través del aire enrarecido del cuadro como raíces víricas en medio de carne muerta. Nuestra cultura, decía una voz. Nuestra libertad. La palabra libertad le sonaba a Espinoza como un latigazo en un aula vacía. Cuando desperto estaba sudando.” –p. 153

Liz Norton’s dream:

En el sueno de Norton ésta se veía reflejada en ambos espejos. En uno de frente y en el otro de espaldas. Su cuerpo estaba ligeramente sesgado. Con certeza resultaba imposible decir si pensaba avanzar o retroceder. La luz de la habitación era escasa y matizada, como la de un atardecer inglés. No había ninguna lámpara encendida. Su imagen en los espejos aparecía vestida como para salir, con un traje sastre gris y, cosa curiosa, pues Norton rara vez usaba esta prenda, con un sombrerito gris que evocaba páginas de moda de los anos cincuenta. Probablemente [note the strange eruption of uncertainty and the invocation of things that are “curious” in the course of the dream. A consciousness is determining what does and doesn’t belong in the realm of the plausible or the likely. And that consciousness is just as problematically Liz Norton’s–or not–as the uncanny reflection in the mirror, which is identical to her in every respect except for the swollen vein, and lifelessness.] llevaba zapatos de tacón, de color negro, aunque no se los podía ver. La inmovilidad de su cuerpo, algo en él que inducía a pensar en lo inerte y también en lo inerme, la llevaba a preguntarse, sin embargo, qué era lo que estaba esperando para partir, qué aviso aguardaba para salir del campo en que ambos espejos se miraban y abrir la puerta y desaparecer. Tal vez había oído un ruido en el pasillo? Tal vez alguien había intentado al pasar abrir su puerta? Un huésped despistado del hotel? Un empleado, alguien enviado por la recepción, una mujer de la limpieza? El silencio, no obstante, era total y tenía, además, algo de calmo, de los largos silencios que preceden a la noche. De pronto Norton se dio cuenta de que la mujer reflejada en el espejo no era ella. Sintió miedo y curiosidad y permaneció quieta, observando si cabe con mayor detenimiento a la figura en el espejo. Objetivamente, se dijo, es igual a mí y no tengo ninguna razón para pensar lo contrario. Soy yo. Pero luego se fijó en su cuello: una vena hinchada, como si estuviera a punto de reventar, lo recorría desde la oreja hasta perderse en el omóplato. Una vena que más que real parecía dibujada. Entonces Norton pensó: tengo que marcharme de aquí. … Tengo que huir, pensó. También pensó: dónde están Jean-Claude y Manuel? También pensó en Morini. Sólo vio una silla de ruedas vacía y atrás un bosque enorme, impenetrable, de un verde casi negro, que tardó en reconocer como Hyde Park.

Amalfitano warns the critics not to put too much credit into Almendro (el Cerdo’s) account of his sighting of Archimboldi, which gives rise to the discussion of latin american writers, and Mexican intellectuals specifically. That gives rise to Amalfitano’s truly impressive disquisition on the state of Latin American letters:

–Bueno, es el típico intelectual mexicano preocupado básicamente en sobrevivir, no?–dijo Pelletier.

–Yo no lo expresaría con esas palabras, hay algunas que están más intersados en escribir, por ejemplo,–dijo Amalfitano.

–A ver, explícanos eso–dijo Espinoza.

–En realidad no sé cómo explicarlo–dijo Amalfitano–. La relación con el poder de los intelectuales mexicanos viene de lejos. No digo que todos sean así. Hay excepciones notables. Tampoco digo que los que se entregan lo hagan de mala fe. Ni siquiera que esa entrega sea una entrega en toda regla. Digamos que sólo es un ejemplo. Pero es un empleo con el Estado. En Europa los intelectuales trabajan en editoriales o en la prensa o los mantienen sus mujeres o sus padres tienen buena posición y les dan una mensualidad o son obreros y delincuentes y viven honestamente de sus trabajos. En México, y puede que el ejemplo sea extensible a toda Latinoamérica, salvo Argentina, los intelectuales trabajan para el Estado. Esto era así con el PRI y sigue siendo así con el PAN. El intelectual, por su parte, puede ser un fervoroso defensor del Estado o un crítico del Estado. Al Estado no le importa. El Estado lo alimenta y lo observa en silencio. Con su enorme cohorte de escritores más bien inútiles, el Estado hace algo. Que? Exorciza demonios, cambia o al menos intenta influir en el tiempo mexicano. Anade capas de cal a un hoyo que nadie sabe si existe o no existe. Por supuesto, esto no siempre es así. Un intelectual puede trabajar en la universidad o, mejor, irse a trabajar a una universidad norteamericana, cuyos departamentos de literature son tan malos como los de la universidades mexicanas, pero esto no lo pone a salvo de recibir una llamada telefónica a altas horas de la noche y que alguien que habla en nombre del Estado le ofrezca un trabajo mejor, un empleo mejor remunerado, algo que el intelectual cree que se merece, y los intelectuales siempre creen que se merecen algo más. Esta mecánica, de alguna manera, desoreja a los escritores mexicanos. Los vuelve locos. Algunos, por ejemplo, se ponen a traducir poesía japonesa sin saber japonés y otros, ya de plano, se dedican a la bebida. Almendro, sin ir más lejos, creo que hace ambas cosas. La literature en México es como un jardín de infancia, una guardería, un kindergarten, un parvulario, no sé si lo podéis entender. El clima es bueno, hace sol, uno puede salir de casa y sentarse en un parque y abrir un libro de Valéry, tal vez el escritor más leído por los escritores mexicanos, y luego acercarse a casa de los amigos y hablar. Tu sombra, sin embargo, ya no te sigue. En algún momento te ha abandonado silenciosamente. –p. 161-162.

2 thoughts on “2666–Notes on La Parte de los Críticos

  1. thank you for this–
    I’ve just recently finished the 112 pages or so of By Night in Chile–it took a gloriously long time–circling back and back, tracking temporal layers, beholding vastnesses of syntactic unfolding
    and now, for 2666…
    I live for this kind of thing
    Pynchon does it for me similarly

  2. oh yes PS, consider me a fellow-rower, if I may. But I’m still trying to figure out the story about the guy in Paris & his dissertation & translating the German guy no one had ever heard of.
    in other words, I’m up to page 5 or so. Maybe 10. Except I’m looping back to page 1.

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